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Lluvia...






La lluvia…
Verdugo de esta ciudad nocturna y pecadora,
Castigada por el frenesí noctámbulo de los cielos por tener lo que no deben tener.
Y es así…
Gritos individuales tratando de colectivizar algún llamado que calme la yaga que el firmamento abre en este momento,
El licor y la música mental dispersa a la tristeza del castigo urbano que generan las nubes como una danza de nunca acabar…
Tal vez, y por un momento, el trasfondo del caos conserva insospechadamente el silencio cubierto de esta extraña locura  dibujada en sus cabezas…
Lluvia torrencial, lluvia adolorida,
Lluvia que se cansa de ser lluvia,
Lluvia que se quiere largar a través de los sifones de las calles para desaparecer y no querer vivir más la cotidianidad que la metrópoli extingue en un suspiro,
Lluvia inagotable  que quiere llorar hasta explotar su alma sobre nuestras frentes.
¿Por qué tenemos ceguera?
¿Por qué simplemente no podemos escuchar la respiración de las sombras leales y siempre firmes según nuestro estado de conciencia?
Tal vez solo trato a través de estas palabras apaciguar  la tormenta que metralla la mediocridad colectiva,
Solo tratar de ser un poco humo,
Un poco aire,
Un poco de alguna cosa para fundirme con la nada y así tal vez el cielo,
De nuevo,
No solloce desconsoladamente.

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